sábado, 11 de mayo de 2019

6 poemas de Marisa Negri





CEREMONIA DEL TÉ NOCTURNO


I

Una mujer acaba de dormir a los niños
y con paso delicado atraviesa
la única habitación de la casa hacia el calentador,

hierve agua en un jarro enlozado
estira su mano hacia la lata azul
abre el té de jazmín
y aspira

también este dolor
pasará.



II

Las burbujas ascienden con el calor
y ella cuida el agua,

la respiración acompasada de los hijos


bebemos té para olvidar el ruido del mundo.



III


Las hojas se despliegan.

Otra mujer las escogió en la penumbra
de un tostadero de Ceilán.

También su hijo
dormía.



IV

Mientras bebe su té
el vapor empaña el vidrio de la ventana
el cuerpo cansado
agradece

en el fondo de la taza una flor blanca.


LA RECOLECTORA DE TÉ SUEÑA CON OSEN KASAMORI


No será la más admirada de Edo
ni subirán las escaleras del templo para verla pasar;
su línea delgada que apenas hace sombra
las manos blancas que llevan el chawan.

Ella es la otra mujer,
ha cargado sobre su espalda a un niño que lloraba,
sus dedos menos delicados
cosecharon las hojas más tiernas del árbol de té.

No hay luna esa noche.
¿La bella Osen dormirá debajo de su mosquitero?

No hay luna esta noche,
la recolectora enciende su farol de papel,

en la oscuridad cerrada del jardín
ha florecido el ciruelo.



COSECHAR EL TÉ


Un camino de tierra colorada
sube hacia las plantaciones
el suelo es escarpado
las mujeres llevan vendas en los tobillos
el mar de hojas trepa por sus cinturas

bajo la amable sombra de un alero
se mecen los canastos de bambú
acunan infantes que berrean
el sopor de la tarde los envuelve

la anciana canta mientras bebe su té.



JUEGO DE TÉ


En un antiguo monasterio de montaña
transcurre otro episodio
del esplendor del té.

Los bebedores baten el brebaje hasta formar espuma
dibujan flores y dragones con una vara de bambú.

La mano hábil del monje Eisai
escribe poemas enteros
en la brumosa superficie dorada.


CHAI MASSALA

Los bengalíes nunca beberán té inglés
saldrán a la calle a comprar su chai
en el Dia de los muertos.

Lavarán toda pena
en la distancia perlada del agua.



ALMOHADA DE TÉ


Entre el despertar y el dormir
hay un tiempo íntimo.

El brazo del amante rodea
la respiración se aquieta
y los grillos apenas cantan fuera de la casa.

Caen en el sueño
la oscuridad una tela pesada sobre los párpados

apoya la durmiente su cabeza en la almohada de té,
las hojas sueltan un rumor perfumado.

Todo espíritu que duerme acompañado
viaja entre hojas del otoño.

En el pálido temblor de las bujías
el amor.


**Marisa Negri, Kasu, La gran Nilson 2019 1ra ed.-


miércoles, 1 de mayo de 2019

Lea el PRÓLOGO (Santiago Sylvester y Jorge Aulicino sobre El tabernáculo, de Ricardo Molinari)

  





A la generación de Ricardo E. Molinari le tocó dejar consolidada una tradición propia en la poesía argentina. A fines del siglo XIX y comienzos del XX ya había habido antecedentes fundamentales: la gauchesca y el modernismo, además del aporte anónimo del cancionero popular. Las bases, por lo tanto, ya estaban puestas, con materiales sólidos y de buena calidad; pero aún no había cuajado un perfil más abarcador, reconocible como propio con el que fuera posible atender ese reclamo imperioso que, como suelen ser los reclamos ciegos del futuro, ya estaban haciendo el siglo XX.
  La llegada del Río de la Plata de la renovación formal, que se había iniciado en Europa con las vanguardias, cayó de pleno en lo que, andando el tiempo, se llamó generación martinfierrista: ese grupo literario que en nuestro país fue, posiblemente, y referido a la poesía, el más importante de todo el siglo, ya que es posible opinar sobre el siglo XX en su totalidad. Un rápido repaso de nombres propios permite ver su dimensión: Borges, Girondo, Marechal, Storni, González Lanuza, Mastronardi, Rega Molina, González Tuñón, Nalé Roxlo, y con estos poetas la lista no se acaba. EN esta lista, y en sitio de preferencia, se encuentra Molinari, con una obra desplegada y, como ocurrió con los poetas de esa generación, distinta de las otras, porque todos ellos respondieron a proyectos, más que grupales, personales.
  Entre los poetas de esa generación existió en común el inevitable viento de época, algunas lecturas y el planteo explícito (recogido en algunos textos teóricos y programáticos) de actualizar la poesía rioplatense y conectarla con propuestas de otros lugares del mundo. Pero cada uno eligió un cuadrado distinto del tablero, y lo llenó.El resultado fue un magma renovador de donde surgió la poesía contemporánea, que abarcó todo el siglo y que, con las alternativas necesarias, que sigue mandando señales hasta hoy.
  En ese grupo, Molinari no fue vanguardista ni, estrictamente, rupturista: se sumó de otro modo al proyecto generacional.
  Aprovechó la libertad que le ofrecía esa "belleza convulsa" (en expresión de André Breton), pero desde su primer libro hizo saber que sus intenciones, sus preocupaciones literarias, el catálogo de sus propuestas y palabras, tenían que ver  con la poesía medieval, las cantigas del galaico-portugués, el siglo de oro español o el cancionero popular, aunque todo eso estuviera concebido desde el punto de vista del que se reconoce parte de su época. Es decir, su visión de la lírica tradicional no tendía a lo mimético (en este caso no estaríamos interesados hoy en su poesía) sino al replanteo de lo formal. Un poeta respetuoso (conocedor) de la tradición, que, a la vez, revisó la materia poética con la intensidad del siglo que le tocó vivir.
  O tal vez habría que decir que Molinari se aplicó a la tarea de reinterpretar la tradición y, por lo tanto, de aceptar de ella lo que le venía bien: es decir, trabajo de selección. Esto le posibilitó la tarea más compleja de expresar su fuerza creativa y hacerlo con las herramientas de una época  que se obligó a conocer. Molinari fue un maestro en lleva a cabo estas operaciones mentales que, como síntesis, lo convirtieron en un excelente lector de la tradición: el que revisa a fondo sus propias lecturas.
  Ricardo E.Molinari nació en 1898, en Buenos Aires, y murió en la misma ciudad en 1996. Abarcó, pues, todo el siglo. EL hecho de que en estos días su obra haya sufrido un relativo olvido, y que sea muy difícil encontrar alguno de sus muchos libros en las librerías, solo señala nuestras limitaciones, algo que a él mismo no lo sorprendería, no solo por modestia, sino por haber conocido a fondo su país, "esta nación desmemoriada", como la designa en más de un poema, refiriéndose lógicamente a otras cosas. 
  Su influencia en las generaciones posteriores, sobre todo en la del cuarenta, es evidente. El verso amplio, marcadamente lírico, atento en lo formal a la metáfora y la imagen, y en lo temático a la naturaleza, vino a abonar un momento de predominio, precisamente, de lo lírico y lo celebratorio. EL marcado interés con que seguía su poesía en todo el país hizo sentir su influencia de un modo diverso: grupos importantes como La Carpa o Tarja, en el norte, la leyeron con beneficio, y se la puederastrear en obras tan distintas como la de Manuel Castilla, Raúl Araoz Anzoátegui, Jorge Calvetti o Raúl Galán. Aquel poeta atento a los grandes ríos, al viendo en los cardales, a los árboles, a los pájaros lejanos, a los hechos de la historia patria, con tendencia al mito, y en general al destino sudamericano, tenía que impactar en quienes, pragmáticamente, querían cantar al hombre en su paisaje, nombras las plantas y la fauna: marcar y amojonar el terreno concreto donde vivían; y que, a la vez, necesitaban actualizar el lenguaje de la celebración. Molinari no perteneció a eso que se llamó "literatura de la tierra", como los poetas del noroeste que he nombrado, pero tuvo una zona de frontera con ella: una especie de medianera lírica, poblada de paisaje rural, que colindaba con ese canto americano que comenzaba en México y terminaba en la Patagonia. Tal vez Molinari tenía un aliento más metafísico, una idea espiritualizada que lo separaba de la materia en gestación: algo subjetivo, a veces doloroso, que lo elevaba por sobre el paisaje; y no parece casual que su poesía esté visitada por ángeles e invocaciones místicas. Pero la comprensión del paisaje, y el hecho visible de caerlo en cuenta como parte esencial de su poesía, lo acercó a esa línea poética y, en alguna medida, lo incluyó entre los referentes de aquellos grupos del norte. Por razones distintas (tal vez precisamente las metafísicas), y en esto se reconoce la amplitud de su propuesta, también fue, por la misma época, un claro precedente de un sector importante de la poesía del Río de la Plata. 

  La primera edición de El tabernáculo llevaba ilustraciones originales de Federico García Lorca que se reproducen en esta. García Lorca fue amigo personal de Molinari, como casi todos los miembros de la generación del 27; esto nos lleva a la paradoja conocida de que, en esa época, la relación entre poetas de la lengua era mucho más fluida que en esta era de la comunicación: beneficio para las dos orillas. La relación de Molinari, y en general de todos los integrantes del grupo Martín Fierro, con sus equivalentes españoles, se nota no solo en lo anecdótico de unas ilustraciones, sino en los propósitos más profundos de la poesía de ambos países: hay coincidencia de búsquedas.
El tabernáculo fue publicado en 1934 y no fue reeditado nunca hasta ahora. La importancia de esta reedición, además de las razones generales, se hace más evidente si se recuerda que la primera edición solo constaba de ciento sesenta y tres ejemplares.
  Transcribo a continuación el colofón de El tabernáculo en su primera edición para mostrar la minuciosidad con que trabajaba este poeta: "De esta obra se han impresociento sesenta y tres ejemplares: uno en lapel Auvergne, dos en Fabriano Perusia, cinco en Whatman, y cinco en hilo Fabriano, marcados de A a M; todos ellos fuera de comercio y firmados por el autor, y ciento cincuenta en papel Ingres, numerados del 1 al 150, todos los cuales constituyen la presente y única edición"; y agrega más adelante: "fue impreso este libro en la ciudad de Buenos Aires, en casa de D. Fco. A. Colombo. Acabóse el veinticuatro de Agosto, año de 1934. Laus Deo".

Ediciones del Dock publica esta poesía 
                                       que vuela en pensamiento, no en espacio
                                       y no se apoya en aire sino en tiempo.
Son versos de Juan Ramón Jiménez: le hubiera gustado a Molinari verlos aplicados a su poesía. 



Santiago Sylvester
Buenos Aires, 2001


"Todo es breve, inútil y suspenso"*


  En 1985, un auto chocó contra todo y, en la carambola, golpeó a un anciano peatón que todos hubieran dicho que iba distraído. El accidente arrojó al poeta Ricardo Molinari, entonces de 87 años, a una clínica de traumatología y a cierta consideración pública. 
Resultó que era uno de los mejores poetas argentinos y no tenía un peso para pagar su tratamiento.   Los diarios se hicieron eco de la lamentable situación y hubo colectas, más la buena voluntad del dueño de la clínica, para ayudar en su lenta recuperación a este hombre casi abstracto. Del accidente salió Molinari casado con la poeta Ofelia Zúccoli Fidanza. Y el año siguiente recibió el premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes con el que los funcionarios culturales intentaron hacer alguna justicia frente a quien era considerado por sus pares estrictamente un maestro de la poesía, algo quizá más inasible pero tal vez más esencial que un escritor importante. Molinari dijo entonces a Clarín con tranquila desfachatez: "Qué quiere que le diga... esta distinción significa dinero (eran 10.000 australes), independientemente del valor espiritual... Me permitirá paliar algunos problemas":


El espacio y las nubes


  Era tipo de espacios abiertos. Nacido en Villa Urquiza, que por entonces era quintas y campo, la poesía de Molinari se acercó a las vanguardias que se debatían entre los célebres grupos de Florida y Boedo, para hacer más sorprendente el adjetivo y más afinadas las imágenes, antes que para aprender el ingenio y el estruendo.

  Francisco Luis Bernárdez recuerda que en las tertulias con Leopoldo Marechal, con Jorge Luis Borges, en los años veinte, aquel muchacho "mudo y sonriente" sufría cierta impaciencia al llegar a cierta hora. Era la hora en que salía el último tranvía para Villa Urquiza. "¿Qué hacer de nuestras vidas, María del Pilar?", podía escribir por entonces en medio de versos delicados y engañosamente simples que hablaban de árboles y nubes.

  Publicaba en ediciones privadas un libro tras otro. Fueron tal vez setenta, que si se quiere componen un poema único. Así lo entendió la crítica cuando en 1975 aparecieron sus obras completas bajo el título Las sombras del pájaro tostado. En el agua fluida de ese largo poema que se encuentran a veces algunas palabras sólidas, pero en general la lectura de Molinari deja la sensación de que no se leyó estrictamente nada -nada que pueda contarse, recordarse- y que se ha tenido una experiencia que impresionó.

  "Vivo en mi mundo extraño, / alegre y firme / como un dormido." Un tipo de cara oscura y pelo de algodón, de palabras que se veían en el aire seguidas de puntos suspensivos, pero de ojos negros analíticos, fue lo que la prensa descubrió cuando se enteró, en 1985, que en una clínica traumatológica intentaba reponerse el poeta que muchos consideraban uno de los grandes de América, de la primera mitad del siglo, a la par de cualquiera que se mencione. EL crítico inglés J.M Cohen dijo que esos hombres eran cuatro: el chileno Pablo Neruda, el peruano César Vallejo, y el mexicano Octavio Paz y Molinari.

  Un creyente en busca de un dios, un tipo de inusitadas propuestas -"Completar un mate, peinar un muerto" eran cosas del orden de la vida que él creía debían saberse-, su obra giraría entre la apología de lo fugaz y la decepción: "Todoes breve, / inútil / y suspenso", podría haber dicho con Mozart-, si terminó por crear una figura, un ícono de sí mismo, este fue el de la sombra de la literatura nacional, el eterno hombre secreto, cuya imagen, piel oscura, pelo blanquísimo, parecía justamente un negativo fotográfico. 


Jorge Aulicino

*Se reproduce sin modificaciones el texto publicado por Clarín en 1996 junto al obituario de Ricardo Molinari. 




Fuente: El tabernáculo, Ricardo Molinari, Ediciones del Dock 2019. Dibujos de Federico García Lorca, prólogo por Santiago Sylvester y Jorge Aulicino.