lunes, 24 de junio de 2019

4 poemas de Jotaele Andrade







SE REDUCE A SU POLVO LA PIEDRA QUE ARROJAS


en el día se alza
rechina
con la hoja que roza el contorno de las piedras

tiembla y su sombra
se descompone
en los colores de la existencia

es inútil balbucear la sílaba del entendimiento

es tan lento ese animal
tan desmedido que cabe este astro y su maleza

ah el tiempo:
donde arrojas tu piedra y ves un pájaro
hacerse polvo



ARS MORIENDI


a veces descubro en mí
una risa malévola
por no haber muerto todavía

no es la satisfacción de quien vence
o ha vencido

no

es la risa neurótica
de aquel que cuán suave entra
el remo
en el agua



ARS DE SOBREVIVENCIA


adiós
polilla
mosca
tábano
que libero de mi mano
hacia la tarde
o la noche

hacia su concentrada
opaca
estadía en el efímero paisaje
de la existencia

es cuanto puedo hacer
por esas vidas
que zumban en mi casa:

soltarlas en la intemperie

decirles:

adiós criaturas
somos hermanos
en el arte neurótico
de la sobrevivencia



LO OFRECIDO


antaño
nuestros zapatos llenos del polvo
de la jornada
eran limpios
con esmero
por madres
diligentes y tristes

hoy que el polvo
sigue cayendo sobre nuestro calzado
ociosos
lo dejamos afuera de la casa

nada nuevo:

polvo ofrecemos al polvo




** Jotaele Andrade, Sombra de dos colores, buenosayres poetry 2018

sábado, 15 de junio de 2019

Lea el PRÓLOGO: Yo El Churqui (prólogo imaginario) (del libro CUANDO VOLVÍ)







Yo El Churqui (prólogo imaginario)


   Mi madre Clementina y mi padre Efraín concibieron mi venida a este Tilcara, mi pueblo, al iniciarse la cuarta década de este siglo. No conocí otro lugar mejor donde engendrar mis versos: "Pupila del ocaso interminable / Suelo indio, sepulcro de la raza...". Ellos son los hijos de mi alma atormentada.
   La humildad fue mi cuna; mi sueño, la desesperanza; mi amor, la soledad. Aquí busqué la luz del conocimiento de la mano de mis maestros. Aquí cultivé la tierra junto a mi abuelo Victoriano y sembré en los surcos los poemas que nunca florecieron. Aquí sentí la tibieza esquiva del amor en distintos perfiles de mujer que fatalmente dejaban mis manos vacías: "Nunca sabré tu nombre ni tu risa. / Ni el suspiro ni el roce de tu aliento. / Solamente tendré sobre mis manos / un canto azul para ceñir tu cuerpo...".
   Es que entre el amor y yo se erguía, imponente, la sombra materna, barrera de amor infranqueable que me retenía hasta hacerme exclamar en mi plegaria: "Estoy solo y sin alma / como un mundo sin sombras, / como un poema en blanco / sobre un libro desierto...".
Peregriné por mil caminos en busca de no sé qué sueño libertario, pero al estirar mis manos sólo alcancé a tomar la copa de mi cáliz irredento. Quizá demasiado pronto apuré el acíbar centenario que asumió a mi raza en el oprobio y la esclavitud. Aun así exclamé en mis versos: "Pero el indio de América no ha muerto, / se ha tendido a dormir un sueño largo / desde el alto cantil del Cabo de Hornos / hasta el árido azul del Tiahuanaco...".
  Mis amigos me apodaron "Churqui", aludiendo a mi fortaleza, a mi cuerpo nervudo que resistió más de un envate casi mortal. A partir de esos encuentros premonitorios intuí que la muerte se me acercaba bastante. Sentía su aliento en cada uno de mis versos: "...Yo sé que estoy muriendo bajo este frío manso. / Muero despacio y triste tocando mi silencio; / siento blancas campanas golpear sobre mis sienes; / cae sobre mis hombros el peso del invierno...".
  Ahora el cáliz y yo somos uno; extraña simbiosis de licor y hombre que quieren truncar parientes y amigos. ¿Qué sería de mis versos entonces? ¿No comprenden que mi locura lírica necesita, ¡Por Dios!, de este veneno? Sé que me está matando y sé que me estoy muriendo. Paredes ascéticas, blancas como la ausencia fría encierran mis últimos delirios. hombres doctos y mujeres de cofia me acompañan asombrados de mi inminente partida. Un aliento gélido me brota desde adentro y la oscuridad va llenando el aposento.

      Aquí, sobre esta mesa descansa mi agonía.
      ¡Dios mío! ¿Por qué tengo que morir en invierno?
      ¡Quiero pisar los verdes taludes de noviembre!
      ¡Quiero cortar las rosas que se abren en febrero!


Fuente: Germán Walter, Choque Vilca, Cuando Volví, Yo El Churqui (prólogo imaginario), Ediciones Cuadernos del Duende, Jujuy 1999.
En Obras Completas Ediciones Cuadernos del Duende, 2007  (páginas 134 - 135)

5 poemas de Germán Walter "Churqui" Choque Vilca






TILCARA


Cáliz de luz, fecundo sueño a tus plantas un río de salitre,
doncella con ajorcas de esmeralda.
A tus plantas un río de salitre,
otro río de cuarzo a tus espaldas,
y allá a lo lejos, entre el mar y el cielo,
la hidrográfica cimbra del Huichaira.

Pupila del ocaso interminable.
Suelo indio, sepulcro de la raza.
Desde la noche oscura del incario
hasta el alba naciente del mañana,
custodiarán el sol de tus umbrales
los enhiestos cardones del Pucara.

Matriz del viento, origen de la sombra.
Ofertorio otoñal de las calandrias.
¡Duerme la siesta del maíz fecundo
sobre el tálamo gris de tus pizarras!
Hasta que el hombre de la mano ruda
abra en surcos la paz de tus entrañas.

Abre tus brazos al rosal latino;
no levantes ni cercos ni murallas,
que tus mollares le den sombras y abrigo
al criollo, al europeo y al aymara,
y que lleven tu nombre por el mundo,
muchacha azul, princesa americana.

Cuando el verano te devuelva el río
y tus noches se enciendan de guitarras,
un cortejo de grillos escondidos
prenderán de tu nombre un pentagrama.
Y desde el verde lampazar nocturno
un coro anfibio entonará tu nombre:
TIlcara.





PRIMERA LLUVIA DE OCTUBRE


Rompió su verde corazón de octubre
en vellones oscuros de tormenta.
Tenía de horizontes verdes
la escondida matriz de la arboleda.

Una ilusión de pájaros tardíos
columpió las torcidas madreselvas.
Negros silencios colgaban de las sombras
como oscuros pendientes de culebras.

El trueno fue una larga dentellada;
el relámpago, los músculos del hombre,
y las manos del hombre una plegaria
en la tarde mural de las almendras.

Tenían los ojos honduras de mollares
y los pechos recintos de colmenas.
Parecían luciérnagas las rosas
y eran negros pañuelos las goteras.




ENTONCES


Cuando era la luna nueva,
se fue quedando tu ausencia
por las aristas azules
de los corrales de piedra.

Cuando era mujer la luna
con un pañuelo de seda
prendido entre los pechos
y anudado en las caderas.

Cuando la luna era un río con olor a yerba buena
y en los mollares en sombra
se escondían las estrellas.

Cuando las noches azules
tejían enredaderas
con los dedos del rocío
sobre un telar de tinieblas.

Entonces, mi niña, entonces
se durmieron tus ojeras
sobre dos gotas de llanto
y un romance de azucenas.

Entonces sentí en la carne
el puñal de tu inocencia
y la lluvia de tus ojos
mojándome las arterias.

Entonces toqué el silencio,
el corazón de la niebla.





ELEVACIÓN


(fragmento)

Harán nidos de barro en las altas acacias
y con espumas verdes sus cantos tejerán;
tendrán como epicentro un corazón de greda
y por patria y por trono la azul inmensidad.




POEMA PARA MAGGI


Tu juventud estalla como el cáliz
de una flor inclinada en tu ventana;
misterios de luz se abren en tus ojos,
esos ojos donde nace la mañana.

En tus manos las luengas mariposas
trazan notas de azules pentagramas
y en tu grácil cintura adolescente
algún dios ha olvidado su guitarra.

En tus largos cabellos los diamantes
prenden fuego de lentas llamaradas
que serpeando recorren los vaivenes
con que el sueño decora tus espaldas.


**Germán Walter "Churqui" Choque Vilca, Obras completas, Ediciones Cuadernos del Duende 2007.