sábado, 15 de junio de 2019

Lea el PRÓLOGO: Yo El Churqui (prólogo imaginario) (del libro CUANDO VOLVÍ)







Yo El Churqui (prólogo imaginario)


   Mi madre Clementina y mi padre Efraín concibieron mi venida a este Tilcara, mi pueblo, al iniciarse la cuarta década de este siglo. No conocí otro lugar mejor donde engendrar mis versos: "Pupila del ocaso interminable / Suelo indio, sepulcro de la raza...". Ellos son los hijos de mi alma atormentada.
   La humildad fue mi cuna; mi sueño, la desesperanza; mi amor, la soledad. Aquí busqué la luz del conocimiento de la mano de mis maestros. Aquí cultivé la tierra junto a mi abuelo Victoriano y sembré en los surcos los poemas que nunca florecieron. Aquí sentí la tibieza esquiva del amor en distintos perfiles de mujer que fatalmente dejaban mis manos vacías: "Nunca sabré tu nombre ni tu risa. / Ni el suspiro ni el roce de tu aliento. / Solamente tendré sobre mis manos / un canto azul para ceñir tu cuerpo...".
   Es que entre el amor y yo se erguía, imponente, la sombra materna, barrera de amor infranqueable que me retenía hasta hacerme exclamar en mi plegaria: "Estoy solo y sin alma / como un mundo sin sombras, / como un poema en blanco / sobre un libro desierto...".
Peregriné por mil caminos en busca de no sé qué sueño libertario, pero al estirar mis manos sólo alcancé a tomar la copa de mi cáliz irredento. Quizá demasiado pronto apuré el acíbar centenario que asumió a mi raza en el oprobio y la esclavitud. Aun así exclamé en mis versos: "Pero el indio de América no ha muerto, / se ha tendido a dormir un sueño largo / desde el alto cantil del Cabo de Hornos / hasta el árido azul del Tiahuanaco...".
  Mis amigos me apodaron "Churqui", aludiendo a mi fortaleza, a mi cuerpo nervudo que resistió más de un envate casi mortal. A partir de esos encuentros premonitorios intuí que la muerte se me acercaba bastante. Sentía su aliento en cada uno de mis versos: "...Yo sé que estoy muriendo bajo este frío manso. / Muero despacio y triste tocando mi silencio; / siento blancas campanas golpear sobre mis sienes; / cae sobre mis hombros el peso del invierno...".
  Ahora el cáliz y yo somos uno; extraña simbiosis de licor y hombre que quieren truncar parientes y amigos. ¿Qué sería de mis versos entonces? ¿No comprenden que mi locura lírica necesita, ¡Por Dios!, de este veneno? Sé que me está matando y sé que me estoy muriendo. Paredes ascéticas, blancas como la ausencia fría encierran mis últimos delirios. hombres doctos y mujeres de cofia me acompañan asombrados de mi inminente partida. Un aliento gélido me brota desde adentro y la oscuridad va llenando el aposento.

      Aquí, sobre esta mesa descansa mi agonía.
      ¡Dios mío! ¿Por qué tengo que morir en invierno?
      ¡Quiero pisar los verdes taludes de noviembre!
      ¡Quiero cortar las rosas que se abren en febrero!


Fuente: Germán Walter, Choque Vilca, Cuando Volví, Yo El Churqui (prólogo imaginario), Ediciones Cuadernos del Duende, Jujuy 1999.
En Obras Completas Ediciones Cuadernos del Duende, 2007  (páginas 134 - 135)

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